Trabajé hace años en la recuperación de una paciente, una niña, de la que en principio el menor de sus problemas podría ser desorden metabólico y sobrepeso. Uno de mis mentores ya la conoció hospitalizada en Valladolid, en coma y pendiente de valoración para cirugía intracraneal. Este profesional tiene desde el principio muy buenos resultados y a las pocas semanas la niña está consciente, ha mejorado en todos los aspectos y vuelve a casa. Contrariamente a lo esperado, la niña empeora bruscamente. Así que mi mentor la visita en casa tres días, le reorganiza “la vida”, habitación, los hábitos nutricionales y de salud, horarios… la niña mejora una semana, y (esta vez no tan bruscamente) vuelve a empeorar. En la siguiente visita, mi mentor recomienda poner un candado a la nevera, y vigilar estrechamente las visitas familiares. La niña comenzó a tener una mejoría sostenible y sin altibajos.
Aquellos que no lo supieran de antes, ya se estarán imaginando lo que es el frente común. Expliquemos qué pasaba con la niña. Cuando la niña bajaba un poco el peso, se tomaba la libertad de regalarse un trozo de pastel. Cuando iba a casa de amigos, o amigos venían a casa, se daba la licencia de abusar de las chucherías y los refrescos. Cuando la dieta le provocaba ansiedad, hacía excursiones nocturnas a la nevera. Cuando la niña estaba mimosa, la abuelita (con todo el cariño y el amor del mundo, que conste) le daba un dulce, o el tito le daba una chocolatina, o la tita le daba caramelos,… falta de frente común.
En primer lugar (en este caso por ejemplo) los padres y la familia tienen que constituir un buen frente común, con una idea y finalidad principal de la salud, por encima de comodidad, gula, ñoñerías, mimos o pereza. Un buen frente común no tentaría a la criatura con meriendas atiborradas, no la recompensaría por superar una etapa empujándola una etapa más abajo.
Si la niña envidia la merienda de los padres, un frente común bueno es no ceder pequeñas concesiones… pero un frente común de matrícula supondría que toda la familia merendase “sano”, en el caso de ella, eliminando 100% bollería industrial, refrescos, golosinas, chocolate; y sustituyendo estos “contaminantes” por fruta por ejemplo.
Cuando la familia constituyó un buen frente común, la mejoría fue eficaz. Tener un frente común supone tener la mitad del trabajo adelantado. Supone ahorrar al paciente un 80% de esfuerzo en fuerza de voluntad. Ese 80% puede ser energía muy útil en otros aspectos de la recuperación.
El otro día estaba viendo una película de acción de la que pensaba (como pienso de tantas películas y libros) que no se podía sacar ninguna enseñanza, ni moraleja, ni nada en claro. Pero mientras me resistía a cambiar de canal, en un duro entrenamiento militar, el instructor vocifera: “el dolor es bueno, es vuestro amigo, el dolor os mantiene despiertos y de mala leche, pero sobre todo, el dolor os dice que estáis vivos”. Todas estas aseveraciones son ciertas, algunas muy matizables, pero ciertas.
En primer lugar, el dolor es una alarma de que algo no está correcto. Una alarma antirrobo puede ser desde luego acústicamente muy molesta, pero si cumple su función es buena y es nuestra amiga. Una vez suena la alarma, hay dos opciones: apagarla y a dormir, o revisar la cerradura y repararla ¿cuál será la opción correcta?
El dolor nos mantiene despiertos y de mala leche, esto es evidente hasta el punto que se pauta en ocasiones medicación antiálgica para poder descansar. Pero sobrepasados ciertos umbrales de dolor la mala leche se puede transformar en abatimiento. Tanto una cosa como la otra han de tenerse finamente en cuenta a la hora del tratamiento, según el tipo de dolor, el tipo de paciente y de circunstancias en general. Para afirmar si existen o no dos dolores exactamente iguales habría que entrar en un profundo debate de neurofisiología, lo que está claro es que no hay dos pacientes que sufran y vivan por igual, dolores a priori similares.
El dolor nos dice que estamos vivos, sin duda la más evidente y a la vez más matizable de estas afirmaciones. Como matiz, resumen y conclusión, la sentencia podría quedar así: “el dolor nos dice que estamos vivos, pero en una condición bastante mejorable”
Para terminar esta lectura con un consejo: si el dolor es una alarma, no nos conformemos con apagarla a pastillazos, busquemos un poco “el fuego”.
En numerosas ocasiones me han preguntado los pacientes si un dolor desaparecerá en unos días, o si se le quitará en una sesión o dos, o tres… muchas cuestiones más cercanas a la futurología que a las ciencias de la salud. Si bien se pueden hacer ciertas estimaciones más o menos aproximadas, o muy certeras según el tipo de patología y de paciente, estas estimaciones siempre son estimaciones; y por muy aproximadas que sean, se pueden desviar de la norma por factores como cambios en la dieta, una noche de dormir mal… y una lista infinita de posibles factores internos y externos.
Que alguna vez se consigue la recuperación en una sóla sesión de fisioterapia… Pues estupendo!! Claro que esto se consigue muchas veces!! (eso ya depende de la patología, del paciente, y del profesional). Pero la filosofía de la fisioterapia no se fundamenta ni debe fundamentarse en las prisas. Si se consigue el máximo en la primera sesión, o “el milagro”, maravilloso, pero ni es la finalidad primordial, ni hay que dejar de plantearse lo que se podría conseguir en una segunda, tercera sesión, o la que sea, según el problema, ni mucho menos olvidarse de pensar en objetivos a largo plazo.
En mis tiempos de novato, un paciente de auriculoterapia que se asaeteaba las orejas todas las semanas para dejar de fumar, me pregunta (ya desde la camilla de mi jefe) si falta mucho. Le digo que le faltan cinco minutos y le pregunto si está incómodo, o impaciente, o quiere ir al baño. Me dice: No, estoy bien. Porque dentro de cinco minutos me voy a fumar media cajetilla de aquí a la parada de autobús. Cuando dejé la clínica dos meses después, este paciente fumaba igual o más, dicho por él. Dudo que dejase de fumar. La auriculopuntura ayuda, pero no hace “el milagro” por tí, hay que poner algo de nuestra parte. Igualmente sucede si vas al médico y no le haces caso, o si vas al fisio por un problema lumbar por ejemplo y después te pones a encerar suelos de rodillas. La frase “los milagros no existen” aplicada a la salud (que yo no me meto en otros temas) nos quiere decir que el tratamiento es responsabilidad del profesional y también por supuesto, del paciente. No es sensato pensar que tras una ligera mejora, estamos preparados retomar una actividad que desencadenó nuestro mecanismo lesional cuando estábamos al cien por cien.
Qué es una mentira piadosa, cuándo es apiadado mentir?
Pongamos por caso una persona que está saliendo de una convalecencia, cojea bastante y tiene el cuerpo un poco inclinado lateralmente. Te pregunta si camina derechito, o si tiene los hombros a la misma altura… Si vemos que su situación es mejorable, no es muy piadoso animarle a que se conforme con ella diciéndole que está muy bien. Una mentira es piadosa, entiendo yo, cuando consuela, pero no cuando te frena.
Se puede decir que en salud no hay mentira piadosa? Falso, en ciertos casos crónicos y terminales no tienen sentido ciertos niveles de crudeza para ser explícito y honesto.
Me gustaría comunicaros una historia que recibí en tiempos del correo electrónico.
Un hombre entró al hospital de urgencia, Antonio se había roto huesos por todo el cuerpo, hombros, brazos, piernas, mandíbula en un accidente de moto, de modo que lo escayolan de pies a cabeza y lo hospitalizan. En su habitación, entre puerta y ventana, le tocó ventana, pero para nada porque estaba absolutamente inmóvil y sólo podía mirar el techo. Se pasaba el día quejándose y lamentando su mala suerte, pensando que perdería su trabajo, su novia y amigos y que la vida no tendría sentido, perdiendo las ganas de vivir y el apetito.
Llegó un compañero en silla de ruedas a la otra cama, y por suerte parecía un hombre afable y buen conversador. José no tardó en preguntarle a Antonio amigablemente qué tal estaba, a lo que amargamente contestó que era una triste escayola con un hombre acabado dentro, José sonrió: si estás aquí es que no se ha acabado nada. Entablando, José supo que Antonio estaba comiendo poquísimo. Le dijo que él venía por un problema con el digestivo, y le propuso: si yo lo intento, tú también!
Uno de los momentos en los que José pasaba de la cama a la silla de ruedas, y en silla se acercaba a la ventana, Antonio lo resistió más y le dijo: José, no veo nada más que el techo metido en este corsé de escayola, por favor, dime qué ves por la ventana! José le describió una callecita muy ordinaria con poco tráfico y una placita con un pequeño parque muy chiquitito donde jugaban tres niños a la pelota. Desde entonces, cada vez que José se acercaba a la ventana emitía sus sencillas descripciones para disfrute de Antonio. Una tarde dorada en la que unos abuelitos jugaban en el parquecillo con los nietos; un día de nubarrones, con toda la plaza de charcos, y una pareja de tortolitos hablándose al oído y riéndose nerviosos cogidos de la mano; mañanas de sol implacable y bicicletas buscando la sombra en la calle de poco tráfico…
Desgraciadamente, José falleció, algo fatal para el ya maltrecho estado de ánimo de Antonio. Cuando Antonio por fin se libró de la inmovilización y pudo, a duras penas, moverse, lo primero que hizo fue asomarse a la esa ventana. ¿Como?! Lo único que se podía ver desde esa ventana era un enorme muro gris enfrente, y debajo una vieja estación de autobuses en ruinas.
Antonio entonces aprendió algo más sobre las mentiras, y entendió mejor lo que había sido José para él, y al comentárselo con cariño a una de las enfermeras, ésta le contestó, pero si Don José era ciego!
Llegarán nuevos textos sobre tipos de colchón, estiramientos, salud, prevención y contagio...
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